Publicado en MDZA el 24 de enero de 2023
Hace apenas días Human Rights Watch presentó su informe anual donde los capítulos de Venezuela, Cuba y Nicaragua son los más terribles del Continente. Los más dolorosos. Los más espeluznantes. No podría ser de otra manera, claro, pues estos tres países son las autocracias consolidadas de una región cada vez más compleja.
Cuba es la dictadura más longeva de la región y una de las más antiguas del mundo. Su daño no ha sido únicamente para los cubanos, pues el modelo ha sido de exportación; un manual para los que han querido, con verborrea socialista, eternizarse en el poder.
Venezuela y Nicaragua, aunque no por las armas como los Castro (no por no intentarlo), también formaron una estructura dictatorial, represora y violatoria de todos los derechos humanos. Daniel Ortega, junto a Rosario Murillo, han sido los causantes de más de 300 asesinatos en las protestas de 2018 y de detener o enviar al exilio a toda persona que quisiera enfrentarlos en las elecciones presidenciales. Por su parte, Nicolás Maduro y su cadena de mando están siendo investigados en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. Hay que dimensionar lo que eso significa: CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD.
En ese informe de Human Rights Watch sobre Venezuela se habla de persecución, detención y tortura de opositores políticos.
También habla de ejecuciones extrajudiciales por parte de los grupos de tarea del régimen de Maduro.
Habla de que en Venezuela grupos armados como las disidencias de las FARC y el ELN operan con total impunidad e incluso realizan operaciones conjuntas con militares venezolanos.
Menciona al sistema de “Justicia” como cómplice del aparato represor.
Destaca la flagrante violación de derechos humanos de los pueblos indígenas. Amputaciones, agresiones armadas, asesinatos, trabajo forzado y la explotación sexual en el denominado «Arco Minero», que además es el mayor ecocidio que hay en la región.
Mencionan los ataques a la libertad de expresión, estigmatizado, hostigado y reprimiendo a medios de comunicación, así como clausurando medios disidentes.
Esto mismo, o bastante parecido, también ocurre en Nicaragua y en lo que ya describimos, es el modelo mayor: Cuba.
En Cuba ahora mismo hay más de 1.000 presos políticos. En la Isla puedes terminar preso por cantar una canción que no le gusta al gobierno o por reportar noticias de forma independiente. De protestar por una mejor vida, ni se diga: es traición a la patrica según aquellos que viven como reyes.
Lo descrito hasta este punto es suficientemente demoledor como para que cualquier demócrata, o que se precie de serlo, condene con contundencia, pues cuando estamos frente a este tipo de autocracias, dictaduras y tiranías el deber es condenarlas, enfrentarlas. Nunca jamás tenderles la mano.
Un régimen antidemocrático que se diga de derecha, como lo fue Videla o Pinochet, viola los mismos derechos humanos que un régimen antidemocrático que se diga de izquierda, como lo es el de Maduro o el de Díaz-Canel. Y es justamente por esa razón que la ideología jamás puede estar por encima de los valores democráticos y de la defensa de los derechos humanos.
Es por ello que la invitación que el presidente Alberto Fernández hizo a Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega a la Argentina con motivo de la cumbre de la CELAC termina siendo un aval a estas tres dictaduras que, como ya vimos, han cometido y siguen cometiendo flagrantes violaciones a los derechos humanos.
No se trata de malos gobiernos, sino de sujetos que hicieron del miedo y del crimen una constante, de la miseria una condena a quienes gobiernan por la fuerza, de la violación a los derechos humanos una política de Estado continuada. Se trata de personas que usan las armas de la República en contra de sus pueblos, cuyas voces gritan por hambre y libertad; voces que, al estrecharle las manos a sus opresores al darle la bienvenida, están ayudando a callar. Porque en eso se está convirtiendo Alberto Fernández: en cómplice.
Hoy sabemos que ni Daniel Ortega ni Nicolás Maduro asistirán, este último por el temor de la presión ejercida por la comunidad venezolana, la ciudadanía argentina y los diferentes dirigentes y defensores de derechos humanos que, incluso denunciándolos ante la Justicia (como fue el caso del Foro Argentino por la Democracia en la Región), activamos todos los mecanismos republicanos frente a la posibilidad de ver a un criminal de lesa humanidad en Buenos Aires.
Sin embargo, sus comitivas, las de Venezuela y Nicaragua, sí vinieron. También lo hizo Miguel Díaz-Canel quien fue recibido como un presidente más. Y no, no lo es. Es un dictador cuyo pueblo, al grito de “Patria y Vida”, busca ser libre después de décadas.
“El sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral”, dijo el valiente fiscal Julio César Strassera cuando tuvo frente a los criminales que tuvieron a la Argentina durante mucho tiempo en una época de terror. Tomo sus palabras para decir, hoy, que ver a Díaz-Canel en la Argentina, la cara del sadismo cubano, es una perversión moral. No para el país ni para sus ciudadanos que repudiamos a este déspota, sino para quienes lo han invitado.
En el mundo hay solo dos lados, la autocracia o la libertad. Si quienes gobiernan la Argentina eligieron al primero, los ciudadanos definitivamente hemos elegido el de la libertad.